
El plan de que Chile sea un país desarrollado dentro de los próximos doce años es una meta muy loable, pero imposible de alcanzar si no se ponen en marcha estrategias para activar la creatividad y la innovación en ciencia y tecnología. Se insiste, y se pone hincapié que el problema reside en el bajo presupuesto para esta área de la actividad humana. Esa aseveración es cierta pero solo en parte. Lo primero que se requiere es distribuir adecuadamente los recursos para obtener su máxima eficiencia, porque se puede aumentar el presupuesto al 1% anual y si no se establecen mecanismos transparentes para entregar dichos recursos ello será infructuoso (no basta con argumentar que se cumplen las bases de los concursos, los proyectos deben ser evaluados por pares internacionales). Como lo he enfatizado en documentos anteriores sí creo que una Ley de Ciencias permitiría asegurar dicho presupuesto, y no dejarlo a las oscilaciones de lo que puede ocurrir año tras año. Ello debe ir avalado por evaluaciones de productividad de acuerdo a los índices internacionalmente aceptados.
Se insiste también que existen concursos con bases bien claras, lo que es correcto. Sin embargo, por otra parte, los fondos son otorgados por comités que están sesgados políticamente, donde reina el “amiguismo”, y con una dirección ejecutiva en Conicyt que aún mantiene los estándares del sesgo político que ha prevalecido hasta ahora. Al financiar proyectos que no tiene mayor horizonte científico, se bloquea el hacer de muchos grupos altamente productivos e innovadores, que podrían perfectamente levantar con eficiencia los estándares de calidad de la ciencia y la tecnología en el país. Para ello basta ver las cifras de una magra productividad que impiden que ciencia y tecnología impacten en una economía del conocimiento. Invito a los gestores de la política científica actual y a los líderes de opinión a una discusión al respecto.
Como dijo el saliente presidente de Conicyt, aquí hay “grupos de intereses” bien identificados, y las estrategias para una política en ciencia, tecnología e innovación deben pasar por sobre las presiones de estos grupos que son quienes se llevan actualmente los escasos recursos disponibles. ¿Se ha hecho alguna vez una auditoria y un estudio de “accountability” de los denominados “centros de excelencia” que se han generado en los gobiernos anteriores? Un estudio de esta naturaleza indicaría el alto costo que significa mantener grupos con un bajísimo nivel de efectividad en relación a los recursos invertidos.
¿Se han evaluado alguna vez los índices que hoy en todo el mundo muestras productividad como los hindex de los investigadores, publicaciones en revistas ISI, descubrimientos de frontera que generen nuevos paradigmas en ciencia, o nuevas patentes de invención?. Entiendo que nunca se ha evaluado considerando este conjunto de factores.
¿Dónde está el incentivo para que científicos que a pesar de los escasos recursos logran hacer ciencia de clase mundial y prestigiar a Chile? No existen tales incentivos.
Por otra parte me pregunto si se ha hecho un estudio sobre la inversión privada en I&D y su impacto en la economía de Chile. ¿Cuánto contribuyen las PYMEs? Por la información existente, creo que en este sentido habría sorpresas que darán que pensar.
En suma, es crítico el mirar no solo la baja inversión en ciencia y tecnología sino la forma de cómo se invierte cada peso de los recursos del estado y su efectividad en relación a los logros de esa inversión. Esto hay que llevarlo a cabo ahora, junto con la discusión del presupuesto para ciencia y tecnología.
Los científicos confiamos en que más temprano que tarde se abra un horizonte donde podamos decir que este quehacer contribuye al desarrollo de Chile.